Un día un ángel recibió la orden de bajar a la tierra para cuidar a los indefensos y desprotegidos. Cumplió la orden, y llegó con forma de un pequeño can. Luchó mil batallas, y ganó todas, excepto la última, contra un enemigo silencioso en forma de enfermedad, que aprovechó su vejez para llevarse a este guerrero inclaudicable.
No conocía el miedo, hacía frente a todo, con bravura y coraje, sin dar un solo paso atrás. Era criollo, no corría por su cuerpo sangre Malinois, Pitbull, Doberman o Rottweiler, pero con firmeza podía enfrentar a un ejemplar de éstos si éste suponía una amenaza para sus protegidos. Luchó contra cientos de duros inviernos, sin cucha, luchó contra la lluvia, tormentas, inundaciones, contra el calor extremo, y contra los peligros del hombre.
Enfrentó ladrones, esquivó patadas, machetazos, hondazos, víboras, hambre, soledad… contra todo salió victorioso.
Sin tener hogar, más de una vez, algún vecino o vecina lo dejó arrastrado tras golpearlo con palos de escoba, porque buscaba comida. Ya algo mayor, encontró a una joven mujer embarazada, cuyo marido casi nunca estaba por trabajar largas jornadas. Decidió protegerla. Durmió a la intemperie cerca de su casita, ahuyentando drogadictos, ladrones, que se acercaban a la puerta por las noches. Y no salió barato, sufrió mucho castigo por su trabajo de custodio. Un par de ocasiones, algunas señoras de las asociaciones de protección animal le aplicaron inyecciones tras profundas heridas de batallas ganadas.
En una ocasión, un loco a bordo de una moto, emprendió a toda velocidad con dirección a la joven madre y su pequeño bebé. Desde lejos, se lanzó a su encuentro, y se cruzó ante la moto que logró tumbar, dando tiempo suficiente a la mujer para que se pusiera a resguardo. Ese día salvó a la madre y su hijo.
Por esas cosas de la vida, esa mamá y su bebé debían ir a Buenos Aires y nuevamente era incierto el futuro del perrito. Ahí aparecí yo, que lo llevé a casa y muy pronto un amigo le regaló una cuchita que lo protegió del frío y la lluvia.
Gracias por enseñarnos tu nobleza, tu valor y tu cariño. Nos sentíamos protegidos con tu guardia todos los días. Pero enfermaste, y pese a los antibióticos, no pudiste remontar esa batalla. Quizás las heridas del pasado, más los años acumulados, hicieron mella en ese guerrero y finalmente, esa batalla se perdió.
Extendiste tus alas nuevamente para volver de donde viniste, con la misión acabadamente cumplida.
Protección, ternura, un carácter admirable. Ahora tus hermanos caninos toman la posta, ojalá estén a la altura de lo que les enseñaste.
Ha quedado un enorme vacío, en la casa y en el alma. Jamás te rendiste, diste pelea, frontal con el peligro y tierno con los más vulnerables.
Hasta pronto. Nos volveremos a encontrar amigo mío.
Por J.A.Q.