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Cristian Crespo vive en las afueras de Trenque Lauquen, Buenos Aires. Es Técnico en Producción Lechera y cursó la carrera completa de ingeniero agrónomo, pero no se recibió porque la dejó cuando se fue al campo. Es docente del Instituto Superior Técnico para la Producción Total, con sede en General Belgrano, donde se dicta la Tecnicatura en Producción Agrícola y Ganadera con orientación en Agroecología y con formato de alternancia.
Además, es productor de los bioinsumos La Milpa (inoculantes y biofertilizantes sólidos y líquidos) y edita la revista Tierra Negra que es una publicación física, publicó el portal www.BichosDeCampo.com.
-Qué raro, hoy, una revista en papel…
-Tiene que ver con lo perdurable, con lo que va de mano en mano. Se trata de superar lo efímero de lo virtual y apostar a que esta información, nacida de quienes están todos los días en el hacer, sea digerida entre familias, grupos y organizaciones que están en el tema. La revista difunde la producción agroecológica desde sus múltiples dimensiones: técnica, social, política, económica, espiritual, artística. Y lo hace desde la certeza de ver agotado al actual modelo y con la necesidad de generar modelos de sociedad basados en otras premisas.
-¿De dónde surge su interés por la agroecología?
-De la búsqueda de alternativas que permitan el arraigo y la vida digna en el campo. Ha sido un norte desde muy chico, luego como estudiante nos encontramos con el concepto de la agroecología en el marco de las organizaciones campesinas de Brasil o Colombia que ya venían con una discusión al respecto; ahí comprendí que esto de la agroecología no era una cuestión que se terminaba con el cuidado de los pajaritos.
-¿En qué sentido?
-Porque lo que se preguntaban era qué debían hacer para que los hijos se queden en la finca: Seguir la receta de la modernización, apostar a la tecnología y comprar un tractor nuevo que los dejaría atados al banco (y que haría que el hijo emigre de todas formas para poder pagar los intereses) o apostar a la diversificación generando alimento y trabajo local. Entonces lo que estaba en juego no era un modelo técnico o tecnológico, era un sistema social y político.
-En relación a esto, ¿qué opinión tiene sobre los agroquímicos?
-Que son una herramienta asociada a una forma de entender la relación entre los humanos y la naturaleza (lineal, violenta, bélica) y cuyos efectos en la salud o el ambiente son solamente una parte de los efectos de este modelo; quizás uno de los más groseros y duros, pero no el único. El actual modelo productivo está generando diversos problemas sociales, económicos y ambientales que ya no se pueden ocultar: desarraigo, desmembramiento de familias, ahogo financiero, degradación de suelos, nuevas enfermedades, pérdida de la soberanía alimentaria, erosión cultural…
-Pero quienes producen convencional sostienen que la agroecología no es posible en superficies grandes…
-Ese es un discurso que afortunadamente está quedando obsoleto. Ya hace varios años que la agroecología saltó de la “escala huerta” a la “escala extensiva”. Y esto nadie dice que es fácil pero tampoco imposible. Lo que pasa es que existe una logística, infraestructura, red de servicios y comercialización y un enorme operativo de propaganda que genera la idea de que “no hay salida”. Y también hay una cuestión de comodidad: en el actual sistema es posible producir soja con un teléfono desde tu casa o desde el bar.
-Ah, la famosa zona de confort…
-Y sí, porque imaginarse sistemas distintos hace que debamos “movernos del sillón” y construir nuevos esquemas de rotaciones, desarrollar otras variedades, otra infraestructura, estrategias de comercialización, imaginar nuevos roles para el Estado… Y como hay mucho para hacer es claramente el camino incómodo. Pero el “no se puede” suele ser la excusa para no salir del estado actual porque cada productor o productora que esté trabajando en agroecología se ha topado más de una vez con ese latiguillo.
-Entonces…
-En lo técnico, parece ser que la ganadería ofrece aspectos que permiten una rápida transición hacia sistemas más estables y en sintonía con los procesos del ecosistema; los sistemas mixtos entonces reflotan no sólo como estrategia de renta sino como parte del reciclaje de nutrientes y supresión de malezas, entre otros aportes. Los sistemas puramente agrícolas presentan algunas dificultades en tanto son más dependientes del aporte mecanizado y de subsidios energéticos externos. Y eso puede profundizar la emisión de carbono y la pérdida de materia orgánica. En todos los casos, la producción extensiva agroecológica requiere estar en el campo, caminarlo, ponerle el cuerpo, la mente y el corazón a la actividad. No es posible hacerla por teléfono. Y esto incomoda a quienes se acostumbraron a trabajar de esa manera. Que claramente, también son una minoría en el universo productivo, porque la inmensa mayoría de productores y productoras de alimentos andan todos los días arriba del tractor, detrás de las vacas o entre los bancales de lechuga.
-¿O sea que el “no se puede” es en verdad no quiero cambiar?
-Aparece cuando una propuesta nos invita a deconstruir lo viejo y encarar otros caminos. Los pioneros de la siembra directa lo han escuchado en su momento y hoy le toca a la gente que está construyendo agroecología.
-Entonces parece que la agroecología es resistida, en principio, por una cuestión psicológica…
-Muchas veces sí, aunque también habrá otras razones. Cualquier cosa que nos empuje fuera de nuestra zona de confort y nos genere cierto nivel de incerteza provoca fuertes resistencias y miedos. Eso nos pasa cuando estamos pensando en mudarnos, hacer una inversión, separarnos de nuestra pareja o cambiar de trabajo. Y esos miedos son mayores si la comodidad a abandonar tiene que ver con nuestra fuente de sustentos y estilo de vida. Además, encarar la transición agroecológica supone remar contra una corriente muy fuerte, una forma de hacer las cosas que se viene consolidando desde hace 40 o 50 años con discursos y propagandas muy fuertes. Tal es así que muchas personas que deciden encarar una relación distinta con la tierra y la producción deben enfrentar el juicio y el trato peyorativo de sus propios vecinos.
-¿Tan así?
-Sí. Las familias o grupos más jóvenes tienen menos prejuicios a la hora de tomar las riendas y torcer el rumbo. Pero hay una generación –la de mis padres- que tiene muchas reservas y miedos. Por otro lado (y aquí creo que está el meollo del asunto) es que la propuesta de la agroecología no se queda en un puñado de consideraciones técnicas, sino que aborda cuestiones sociales, políticas, históricas y espirituales profundas que llevan a debatir distintas formas de opresión o discutir la concentración de la tierra, por ejemplo. Y estos son temas que le “crispan los pelos” a más de uno.
-¿Usted ve que la agroecología está creciendo en el campo?
-Sin duda. Hay quienes han llegado a un punto de inflexión en su mirada de la producción agropecuaria y deciden conectarse o reconectarse a la vida rural de otra forma, a veces empujados por una situación particular como una enfermedad o el ahogo financiero. También hay grupos de productores, varios de CREA entre ellos, que viene incorporando algunas prácticas en respuesta a fenómenos crecientes de degradación de suelos que limitan sus rendimientos e incrementan los costos de producción. Las ordenanzas que regulan la aplicación de agroquímicos en varias provincias y municipios también vienen ofreciendo un marco legal para que surjan nuevas experiencias productivas allí. Y existe otro caso que es más interesante aún, que es el de los neorrurales, como se los llama en Europa.
-Por favor cuéntenos…
-Son familias o grupos de jóvenes, muchos de ellos profesionales de distintas ramas, que optan por formas de vida más sencilla, lejos del consumismo urbano (o urbanizante) y que retornan al campo familiar o acceden a tierras mediante otros mecanismos. Aquí la producción tradicional se complejiza valorizando los modelos de granjas integradas; la oferta de conocimientos y servicios profesionales, la integración vertical de procesos y formas organizativas más horizontales. En suma, la situación ha cambiado mucho desde hace 10 años atrás hasta hoy. Existe mayor cantidad de gente interesada y haciéndose preguntas, espacios dentro de las universidades y el INTA, una bibliografía local incipiente, algunas legislaciones que dan marco y –lo que es fundamental- un volumen cada vez mayor de consumidores con otro nivel de conciencia -en su mayoría son mujeres-, que manifiestan preocupación por la calidad y el origen de los alimentos consumidos que las lleva a una búsqueda y demanda activa en el tema. Haciendo huertas familiares, recorriendo ferias, contactando productores.
-¿Usted viene del campo?
-Así es, soy de campo. Me crie entre chacras con gente, tambos, huertas, carneadas, escuelas llenas, vínculos sociales… Por eso considero que hay muchos a quienes la agroecología les daría respuestas concretas para sus demandas históricas. Me refiero a las familias chacareras que aún subsisten en cientos de colonias en toda la pampa húmeda. Cuando una familia de este sector comienza a incorporar aspectos propuestos desde la agroecología se despiertan memorias que hacen que se reconecten como productoras de alimentos, surgen nuevas formas de organización familiar incluyentes y, junto con los suelos, comienza a darse vida a un tejido social desarticulado por muchos años de “mirada sojera”. Considero que la agroecología debe ser un camino de recuperación de la autonomía y donde podemos encontrar muchos puentes con otros sectores e instituciones. Porque la agroecología, e insisto con esto, supera a los agroquímicos y a sus efectos: es parte de una nueva propuesta de desarrollo. (Bichos de Campo)
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