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Muerte, jodida muerte

2 abril, 2009

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La muerte siempre es jodida, nos quita, no priva, nos evidencia nuestra propia mortalidad. La muerte de Alfonsín, sin embargo, no debería jodernos tanto. Tuvo una vida larga y fructífera, conoció obscuridades, pero se elevo hasta la cima de los elogios, fue modesto abogado de provincia y Presidente de la Nación, fue padre  y abuelo  múltiple en una vida familiar prolífica y desconocida para la mayoría. Fue opositor y ejerció el poder.

 

Conoció las mieles del triunfo electoral, pero también la agriedad de la ingratitud publica.

Vivió una vida plena, conservo la extraordinaria lucidez mental hasta su lecho de muerte y esta siendo velado – como debía ser – en el Congreso de la Nación (un símbolo dentro de otro símbolo) rodeado del acongojado respeto de la dirigencia política y el dolor de un pueblo que, mas temprano que tarde, olvido sus errores y desaciertos para concentrarse, con sabiduría y con justicia, en su extraordinarios valores morales y políticos.

Desde ayer a los ocho y media de la noche, cuando todavía no ha transcurrido un día, Alfonsín ya recorrió el camino del dirigente político al símbolo, de la carne al bronce.

¿Porque entonces nos jode tanto que se haya muerto? NO puedo hablar por todos, puedo hacerlo por mí  -y quizás– intentar una respuesta en nombre de mi generación: los del 83.

Los que empezamos a darnos cuenta en el 82, los nos hicimos radicales con él (o para el, o por él o como sea, pero respondiendo a su llamado), los que votamos por primera vez en el 83 y vivimos como una carga ser oficialistas, los que corrimos a las Plazas en Semana Santa del 87, lo que lo puteamos por la obediencia debida, los que nos sentimos de nuevo a su lado (e inmensamente solos, como él) en julio del 89 cuando ser radical parecía un defecto o ser portador de un virus maléfico,  los que entendimos y los que no el Pacto de Olivos, pero se lo bancamos, porque ya a esa altura empezábamos a entenderlo un poco mas.

Aceptar que Alfonsín se murió, es aceptar que pasaron un montón de años desde aquellas jornadas épicas de la restauración democrática, que no alcanza con meter presos a los “milicos” (hoy unos patéticos despojos que solo en sus ojos– dejan ver la perversidad de antaño, mutada en odio y resentimiento frente a la justicia).

Mas grave aun, quizás se trate de aceptar que nosotros, los de entonces, ya no somos los jóvenes de entonces, sino una camada de hombres y mujeres maduros, que además de canas y arrugas y cicatrices (las del cuerpo y de las otras), cargamos nuestros propias mochilas de errores y claudicaciones.

Es aceptar que ya no tenemos nadie atrás a quien echarle la culpa del pasado, y que de ahora en adelante  por acción u omisión, la responsabilidad es nuestra.Decía Luis Brandoni hace minutos “se murió Papá”.

Y se sabe que la muerte del Padre pone al hombre frente a la aceptación de su propia muerte (inevitable, pero no ignorable) pero aun mas trascendente, lo pone frente a su propia adultez.

Quizás esto que me pasa a mí,  que le pasa a mi generación, le pasa a la democracia misma, a la sociedad toda.

Quizás sabíamos, o intuíamos, que mientras estuviera “el viejo” había alguien a cargo de las cosas importantes. Que teníamos cierto margen de rebeldía, de irresponsabilidad, de locura e intrepidez, de estupidez juvenil;  total cuando  llegara el momento crucial, el punto de inflexión, allí estaría Papá (el viejo sabio) para llamarnos la atención, para regresarnos al camino.Ahora “el viejo” no está, Papa se murió.

Nos sentimos huérfanos, o quizás lo estamos, pero sin duda que estamos a cargo, y con toda razón no sabemos bien si tendremos la capacidad, la inteligencia, los cojones y la decencia necesaria para seguir adelante.

Pero la muerte de Alfonsín nos deja un modelo, una referencia, alguien a quien intentar parecerse, un prócer cercano,  alguien de quien podemos contar su historia para decirle a nuestros hijos que no todo esta perdido y que aunque muchas veces parece que los miserables ganan, al final la historia pone las cosas en su lugar.Porque el viejo no solo supo vivir, también supo morir.

Con cojones y con decencia. Solo eso. Como si fuera poco.

CORRIENTES, 1 de abril de 2009.

Fernando Carbajal

mail de contacto: carbajal355@hotmail.com 

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