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Vivaldo, el rapero wichí que desafía los límites

19 diciembre, 2019
Vivaldo, el rapero wichí que desafía los límites

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Tiene 17 años y vive en María Cristina. El año que viene quiere estudiar en la Universidad. Dice que su música “es un desahogo” cuando está triste. Y cree que el rap puede ayudar a cualquiera a cambiar su vida.

Vivaldo Sánchez es wichí. Tiene diecisiete años. Vive en María Cristina —en el extremo Oeste formoseño—. Terminó la secundaria esta semana y ya se prepara para cumplir otro sueño: ir a la Universidad.

Sin embargo, el rasgo más sobresaliente que lo diferencia entre otros adolescentes de su comunidad es su talento, su sello personal: rapea y escribe sus propias letras. Sí, con este arte suburbano y ajeno a su cultura, Vivaldo se hace oír y se enfrenta al mundo.

Viste con zapatillas, le cuelga una larga cadena del cuello y lleva gorra; tiene los ojos grandes, redondos, pero con una mirada triste, como si una lágrima le estuviera a punto de caer: de los ojos, y de la voz.

Es una tristeza un tanto lejana, antigua, como si la hubiera heredado de sus antepasados. Habla pausado. Dice poco, lo justo: como con el rap, elije las palabras. Y busca dar en el blanco.

https://www.instagram.com/tv/B6PUHknFNDH/?igshid=na4mh1li29q4

Así, Vivaldo Sánchez transforma sus miedos en ritmo de rap, los conjura con versos que riman con las cosas que le pasan por dentro. Y fuera de él. “Hago música porque eso me ayuda a desahogarme, a decir lo que no digo cuando hablo”, confiesa. De este modo, las piezas que compone lo animan a seguir adelante a pesar del ambiente crudo que lo rodea: pobreza, la marginación de su raza y la hostilidad de su hábitat; vive en la localidad de María Cristina, a setecientos kilómetros al Oeste de la ciudad de Formosa, casi en el límite con Salta.

Allí, todo es campo desértico y desolación; el polvo en el camino se acumula como blancos médanos; la vegetación es agreste y de un verde opaco, ceniza, que sobrevive como puede a la sequía; el rancherío de adobe y paja, la falta de oportunidades, completan el paisaje.

Por ello, el rap tiene para Vivaldo el poder de sanar heridas, de mirarle a la cara a los problemas y de enfrentar sus angustias. Ese talento fue su escondite desde los trece años. Hasta este 2019, cuando en septiembre decidió sacarlo a la luz y actuó por primera vez para sus compañeros del colegio en el Día del Estudiante. Desde entonces, muchos lo apoyan.

A otros, en cambio, les cuesta asimilarlo. “Algunos me dicen que el rap no es para nosotros, los indígenas, pero no hago caso. Quiero seguir porque fui yo quien lo eligió, y lo hice voluntariamente”, se revela.
Sus canciones hablan del dolor pero también de la esperanza. Sus letras llevan el peso de los malos recuerdos de la infancia, las necesidades cotidianas de su comunidad y el consumo de drogas que acorrala a varios de sus amigos. Pero también sus versos contienen el antídoto para contrarrestarlo: no se queda en la denuncia o la queja; sus estribillos repican en la conciencia del que quiera escucharlo, y los invita a salir de esos laberintos desde la voluntad y la fe en sí mismos. He sufrido muchas cosas pero nunca me rendí/ Me propuse seguir mi flecha y todavía sigo aquí… rapea Vivaldo un pasaje de su obra.

Y nos advierte que hará lo que haga falta para conseguir sus sueños: Vengo de una comunidad/ Tengo que crecer/ Hay mucho camino por recorrer/ Muchas cosas que conocer y aprender/ Hoy me pondré el esfuerzo/ No me voy a retroceder…
Además, su fe religiosa es clave en sus producciones. “Soy cristiano y estoy agradecido a Dios, porque pasaron los años y Él ha restaurado a mi familia”, le cuenta casi con la voz quebrada a este cronista. Es que con siete años de edad, Vivaldo fue testigo de cómo el alcohol consumió a su padre, y cómo éste golpeaba a su madre todos los días. Y una vez separados, aun siendo un niño tuvo que elegir con quién ir a vivir. Esa angustia lo persiguió por mucho tiempo, incluso hasta hoy. “Lo que vi durante esos años fue muy duro, y es complicado de explicar porque todavía me duele”.
Con todo, unos años más tarde sus padres se reconciliaron; el alcohol y la violencia desaparecieron de su hogar, y su papá devino en pastor evangélico y es ahora Delegado de su Comunidad.

Aunque todo lo malo haya quedado atrás, las marcas que le dejaron esas experiencias y su fe inquebrantable para salir de ese infierno, constituyen hoy la principal fuente de inspiración para Vivaldo.

Ahora, la promesa de un mundo mejor que anuncian sus rimas comienza a materializarse en su vida, y en la acción: tiene decidido ir el año que viene a la Universidad Nacional de Formosa a estudiar Enfermería. La profesora en Biología Jorgelina Arias, docente de Vivaldo en el secundario y egresada de la UNaF, se comprometió con él en ayudarlo a cumplir con los trámites para inscribirlo en la Facultad de Ciencias de la Salud.

Para el joven wichí se trata de un nuevo desafío, y que viene de la mano de una decidida vocación de servicio hacia su pueblo, su gente. Ese deseo está presente en buena parte de la población estudiantil universitaria que proviene del interior de la provincia. En especial de los que viven alejados de los centros urbanos.

En el caso de Vivaldo Sánchez su objetivo es continuar con el rap y llegar con su mensaje a la mayor cantidad posible de oyentes. Y cuenta casi con un tono de secreto que incluso se buscó un nombre artístico: “Bandiel”. Este surge de una combinación entre sus nombres de pila y los apellidos del padre y la madre.
Pero no se distrae de cuál es su próxima meta: alcanzar el título universitario y volver a María Cristina.

No sólo para ayudar a su familia y a los hombres y mujeres de su comunidad. Sino porque le gustan los retos. Le inspiran para su arte, y para la vida. Sabe que regresar a su origen es también robustecer su identidad, confirmar su lugar en el mundo. Volver será desafiar a la geografía. Y al destino.

Textos: Sergio Guzmán (sergiounlp@hotmail.com)
Producción periodística: Alejandro Vallejo

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