Todo cambia, hasta las cruces (Por Juancito el curioso)

Las descubrimos a lo largo de todos los caminos de América.  No importa que las llamen distinto, “animitas” en Chile, “curuzú” en Paraguay, “capillitas” en Venezuela , o simplemente como nosotros las conocemos las “cruces del camino”.

cruces pignochi

Nacieron del mestizaje propio de nuestro continente cuando se mezclaron las “apachetas” que eran aquellas señales que se hacían en los caminos andinos sumando pequeñas piedras para recordar un hecho o marcar una advertencia,  y los “cruceiros” gallegos que llegaron con la conquista, y que traían a América la costumbre de señalar algo sucedido en una ruta.

La doctrina cristiana las doto de sentido y de fin, cuando a partir de los Concilios de Trento y Florencia, se estableció el dogma de la separación del alma y  del cuerpo al momento de la muerte de una persona.

De allí surge una apasionante teoría que hizo correr ríos de tinta, en cuanto a la “buena muerte” y la “mala muerte”.

La primera reservada para los casos en que la persona, fallecía  víctima de alguna enfermedad, que le había dado tiempo de encomendar su alma al Altísimo, confesarse,    recibir la Santa Extremaución, y en consecuencia morir en gracia del Señor.

La “mala muerte” era la que acaecía sin que la persona pudiera cumplir con todos los ritos que la religión le imponía, ya sea por un accidente, o cuando era muerta en un hecho de violencia.

Allí al producirse la separación del alma y el cuerpo, el alma quedaba penando, buscando su camino al Salvador, desorientada y debilitada por la falta de  cumplimiento con  las prácticas que la Iglesia propone para ese momento.

El alma quedaba penando y no solamente el fallecido no encontraba paz, tampoco la hallaban sus deudos, ya que esa alma en pena, podía manifestarse en cualquier circunstancia.

De allí nace el ritual funerario de las “cruces del camino”, que pueden ser, desde simples cruces de palo como a las que le cantó nuestro máxima figura del folklore, Don Atahualpa Yupanqui, cuando decía….

Yo he visto cruces de palo a la orilla del camino

Muerte de aquel que camina por el último camino

 Tiene una cruz y un camino  pegau a los sembradíos

Yo he visto cruces de palo a la orilla del camino

Hasta construcciones diversas,  en cuanto a su concepción, los materiales usados, y los elementos colocados en ellas tanto para el rito, como para la evocación.

Siempre tuvieron un mismo objeto, honrar el alma del difunto, darle un cobijo, proporcionarle los elementos necesarios para que emprenda su camino de Salvación, el agua para la sed y la vela para la luz en la oscuridad que la rodea.

Ese propósito inmemorial y tradicional, que las transformó en lugares “cuasi -sagrados” hoy se ve modificado por nuestra realidad social.

La muerte en la ruta,  el accidente vial, hoy tiene un componente social y político trascendente,  cada vez menos pertenece al campo de la fatalidad y se relaciona con la inconducta social que conlleva el incumplimiento de las normas.

En un país en anomia ( falta y desprecio por las normas, tanto sociales como jurídicas) hoy aquellas “casitas vacias” como las denominaba una escritora chilena, se complementan con  unos carteles amarillos en forma de estrellas, que agregan un rol más a estas señales .

Hoy las cruces del camino ornadas con las estrellas amarillas son un reclamo, un grito de alerta a la conciencia de la gente y de las autoridades para que tomemos con seriedad el drama del tránsito diario en nuestras rutas y caminos.

Para las autoridades son la intervención del espacio público, que les exige que atiendan  a esa realidad, se ocupen y preocupen de hacer cumplir las normas y por sobre todas las cosas que no vacilen en imponer el justo castigo que toda la comunidad exige sobre el que viola la reglas de tránsito.

Seguramente ese reclamo, esa advertencia, y el debido castigo,  sean también parte de la paz que necesita el alma de quien encontró  la muerte en estas circunstancias.

Fuente: diario Expres (ver)

 

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