Reflexiones sobre la muerte de un Otro en tiempos agónicos

Quisiera invitar a la complejidad aunque sea por un momento. Detenernos en el instante donde la vida de Otros cambia para siempre, instante donde la vida misma deja de ser lo que es, para pasar a presentificar en el recuerdo algún Otro que deja de estar entre nosotros. Matar al Otro, con la mirada inquisidora, con la indiferencia de lo normal, con las manos temblorosas de una relación social dañada, manos que se pierden en el vacío de un lazo social fragmentado por una política en retirada.

Facundo Giuliano
Facundo Giuliano

Retirada de la política y de los adultos que la encarnan, retirada del acompañamiento que las nuevas generaciones requieren, retirada de la atención que los síntomas sociales demandan. Y es que quizá es más fácil trivializar el acontecimiento, minimizar el llamado del Otro, mediatizar el hecho desde el simple dualismo de las víctimas y victimarios, de los buenos y malos.

Pero se trata de la tragedia y de la farsa del relato primero sobre una historia que nos enfrenta sin vernos como somos: humanos, demasiado humanos.

Es una invitación a la complejidad de problematizar el acontecimiento antes de que se torne “natural” o “habitual”, en tiempos verborrágicos donde nuestro pueblo se encuentra habitado por asesinatos cotidianos quizá tan naturalizados que ya no podemos si quiera ver (nos) en los espacios que estamos siendo, comunicando(nos) mediante pantallas, en una escritura de 140 caracteres y una presencia cada vez más ausente que inunda los vínculos.

Y alguien deja de estar “conectado”, alguien muere, de nuestros “amigos” –tan virtuales como reales- alguien ya no está.

Cuando muere un hermano/a originario/a por algún (des)trato estatal, algo de nosotros muere; cuando la democracia sucumbe en un colegio por la proscripción, algo de nosotros muere con el grupo censurado; cuando un hombre lastima a una mujer, algo nuestro fallece; cuando un amigo muere, una parte nuestra muere con él; cuando adultos no acompañan a sus hijos, algo de nuestro futuro comienza a agonizar; cuando docentes reclaman en soledad, la conciencia de estudiantes perece ante el individualismo; cuando un joven mata a Otro en la noche, no sólo hay un adulto que no abraza antes sino que hay un Estado que no acaricia primero.

Porque la ausencia de afecto es condición de posibilidad para que la crueldad toque sin más, y en este sentido quizás faltan sujetos que afecten significativamente al Estado para cambiar su quietud cómplice en tantos temas de cada día y esto va más allá de la justicia.

Algo de nosotros se nos fue, se nos va, cada vez que la indiferencia se hace presente en la noche o el día. La noche quizá es más fría y salvaje, lo cual preocupa a cualquier madre que deja volar a su hijo a vivir su vida en esos momentos, en esos espacios ruidosos donde fluye cualquier cosa menos la autenticidad de la historia que portamos en nuestra biografía.

Ayer, fue el tiempo en que el Estado debió tomar partido por las jóvenes generaciones, que en nuestro territorio tienen como único espacio de participación algunas bailantas y algún que otro club para quienes gusten del deporte. ¿Dónde o en qué lugar(es) queda(n) la(s) cultura(s) y el compromiso con la realidad social de nuestro pueblo? ¿Dónde van nuestros jóvenes a encontrarse con nuestra historia social un sábado por la noche? Algunos –los que pueden- saben y se van, otros no y se quedan.

Hoy un joven ya no está entre nosotros, y no lo está no por quien haya realizado la acción dolosa, sino porque hubo un Estado y adultos que no estuvieron primero para impedir la tragedia.

Aún estamos a tiempo. Tiempo de verdaderas políticas de la amistad.

Facundo Giuliano (*)

DNI: 36.119.083

(*) Investigador del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación – Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires. Cel: 1165700884

 

Salir de la versión móvil