Un Papá Noel en Formosa

Había quedado maravillado con la vista aérea de tantos paisajes hermosos: el Bañado “La Estrella”, el Parque Nacional Pilcomayo, el espejo de agua con forma de Herradura y la Comarca Bermejo.
Estaba a punto de rumbear para Chaco, pero decidió pegar media vuelta y sobrevolar el curso del río Paraguay.
Papá Noel en Formosa
De repente, estiró la cincha e hizo una maniobra para colocarse en posición de aterrizaje. Una vez en la arena, empezó a sacarse las botas y el abrigado uniforme, que tradicionalmente utiliza para esta época del año. A pesar de que atardecía, el calor era tan apremiante que lo dejó como Dios lo trajo al mundo.
Solamente, se dejó puesto su inconfundible gorro rojo. Al toque, encaró para el agua, pero quedó paralizado o mejor dicho hipnotizado con el gigantesco sol (de color rojo anaranjado) que se escondía lejos en el horizonte.
Estaba en pleno éxtasis, cuando el ruido de un silbato interrumpió el bello sueño, que había estado soñando despierto. “Chaque…está prohibido bañarse: primero porque está desnudo y segundo porque todavía no ha sido colocada la malla de protección contra las pirañas. Así que ya mismo se me viste y me saca rapidito su carro y esos guazunchos de acá”.
Fue la severa advertencia del efectivo de la Policía Ecológica, que tiene su base en la laguna Oca, una de las pocas reservas de biósfera del mundo que se encuentran rodeando un ejido urbano.
Sin mosquearse por la advertencia, el osado bañista sólo atinó a hacer una aclaración: “no son guazunchos, son renos”. Y ante un descuido del policía, en el preciso instante que estaba observando los animales, el robusto hombre subió ligeramente a un bote (providencialmente encallado en la playa) y empezó a remar para meterse laguna adentro. El guardia sacó su arma reglamentaria y apuntó, al grito: “¡Alto o disparo!”.
Sin embargo, una sonrisa en su cara regordeta (asomando entre la frondosa barba blanca) fue suficiente para que el “milico” desistiera de su orden. “A este tipo lo conozco de algún lado”, pensó, mientras por su mente desfilaba un sinfín de identikits hasta que encontró un rostro que le pareció familiar, desde niño.
“¡Aijue! ¿será posible, che?”, exclamó el uniformado, resistiéndose a creer en la corpórea fantasía, de la que sus ojos habían sido únicos testigos. Cuando el gordo llegó a la otra orilla, le hizo “pito catalán” al policía y se metió en el monte.
Allí, lo encontró la noche y un cielo sembrado de estrellas, que luego se confundirían con los destellantes colores de los fuegos artificiales.
La Navidad había llegado y esta vez era él, a quien le tocaba recibir el mejor regalo: disfrutar de este mágico lugar en el mundo, adonde yo también elegí vivir.
Desde Formosa (desde ahora también la tierra adoptiva de Papá Noel), te deseo una muy Feliz Navidad y un gran año 2014 para cada uno de ustedes y sus familias.
¡Que Dios los bendiga!
Alejandro Vallejos

 

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